Todavía entre los más pobres de los pobres…

Publicado Originalmente en OMIWORLD.ORG  

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El Padre Roberto VALICOURT, misionero en la parte norte de Brasil durante más de 50 años, nos cuenta algo sobre la vida de los indígenas, conocidos como “Indios”…

Tengo que recordarte que cuando Portugal invadió (no descubrió) la tierra de la Santa Cruz, a la que llamaron “Brasil”, esta tierra estaba ya habitada por cerca de cinco millones de seres humanos a los que llamaron “indios” porque ¡¡¡pensaban que habían llegado a las Indias!!! Hechos esclavos, masacrados, muertos por enfermedades traídas desde Europa para las que no tenían cura. En los años 50, sólo quedaban 150.000. Hoy, se estima que hay cerca de un millón de un total de 200 millones brasileños: una minoría muy pequeña tratada como tal, como minoría.

Los indios viven en tribus o comunidades en la selva o en las orillas de ríos y arroyos, viviendo de la caza, pesca y de la ganadería. Pero cerca de un centenar de grupos han vivido aislados, rehuyendo todo contacto, de otros indígenas y de no indígenas, a los que llaman “los blancos”. Están muy influenciados por la civilización urbana que les llega a través de la TV y de los móviles. De hecho, ¡es la ciudad la que está invadiendo las “aldeias” (poblaciones indígenas)!

Muchas familias indias han abandonado sus aldeia para vivir en la ciudad, en Manaus, en sus suburbios o en la zona rural más cercana. ¿Por qué?

Muchas familias indias han abandonado sus aldeia para vivir en la ciudad, en Manaus, en sus suburbios o en la zona rural más cercana. ¿Por qué?

Un miembro de la familia se pone gravemente enfermo. La presencia de un doctor es difícil. No hay medicamentos y los curanderos no saben cómo tratar las enfermedades de los “blancos” (tuberculosis, cáncer, hepatitis B, C o D). Tienen que ir hasta la población más cercana. Pero en estas pequeñas poblaciones, los hospitales están mal equipados. Así que tienen que ir a Manaus. Pero un indio nunca se separa de su familia. Esperan una solución duradera, a veces la muerte. Así que se quedan.

Un joven quiere estudiar. En la aldeia, la escuela apenas cubre la educación primaria. Así que van hasta la población más cercana. Pero, ¿y la universidad? ¡Manaus! Y la familia viene con él y se establece allí.

Los “blancos” invaden la selva: buscando petróleo, minerales de cualquier tipo, madera; los bosques son talados para la cría de ganado, el cultivo de soja y de maíz para producir etanol. El gobierno tiene grandes proyectos para abrir autopistas y construir presas hidroeléctricas. El agua de río está contaminado y los peces comienzan a desaparecer; las aves de caza huyen del ruido de las máquinas. El cambio climático produce inundaciones y sequías nunca vistas hasta ahora. Tienen que irse.

(…) En Manaus, no hay una política urbana que favorezca a los pobres de los pobres. Son rechazados, “¡descartados!” Los que llegaron hace veinte o treinta años han construido su barraca en la orilla de algún riachuelo ahora seco con el crecimiento de la ciudad. Algunos jóvenes han logrado terminar los estudios y son ahora abogados, enfermeras, directores, profesores. Pero son una minoría muy pequeña. La gran mayoría no han tenido esta oportunidad y siguen en paro, o con pequeños trabajos sin apenas ventajas sociales. Las mujeres hacen collares, brazaletes, pendientes usando fibras de la tucumã (una especia de palmera), y semillas que buscan en la selva cercana o que tienen que comprar. ¿Pero dónde vender sus productos?

Muchas son víctimas de la discriminación: “Padre, ¿no tiene miedo cuando va con los indios?”

Por esto muchos de ellos reniegan de sus raíces: “Mi padre es Kokama, mi madre es Apurinã, pero yo… yo no soy indio.”

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Cuando llegué a Manaus en 2010, el obispo auxiliar me animó a trabajar en la pastoral con los indígenas. Pero, ¿haciendo qué? Tuve que sumergirme en esta realidad, totalmente desconocida para mí: una cultura completamente diferente de la mía. Uno hace lo que puede; el amor hace el resto. El punto de partida es visitar, conocerles, vivir con ellos. Trabajamos en equipo, con tres laicos indios. Les ayudamos a organizar y formar pequeñas asociaciones. Es necesario salvar y enriquecer la cultura. Hemos logrado que un indio sea elegido miembro del Consejo Municipal de Cultura. Una mujer indígena está en el Consejo Municipal de Sanidad. Otra es miembro del Consejo Nacional para la Mujer. Tratamos de recoger su conocimiento de las plantas medicinales reconocidas con la ayuda de un profesor de medicina de la Universidad Federal de la Amazonia. Un misionero de Canadá, especialista en lenguas indígenas viene cada año para reforzar el conocimiento de los profesores indígenas.

La forma en que la tierra está siendo ocupada favorece a las sectas o iglesias pentecostales y el 80% o más son evangélicos. Trabajamos con ellos sin problemas, pero las comunidades católicas prácticamente son inexistentes. Algunas familias solicitan el bautismo para sus hijos y yo celebro la misa en algunas comunidades. Pero por ahora, no es gran cosa. Los diferentes grupos étnicos tienen problemas para convivir. Nosotros intentamos que se encuentren y colaboren. Pero es todo un desafío. Sería importante contar con una cooperativa de artesanos indios. Por ahora, la idea no ha cuajado. La juventud abandona su cultura y muchos o venden o consumen drogas. En especial los hombres terminan entregados al alcohol. Es necesaria mucha paciencia y una fe bien arraigada.

A pesar de las dificultades y de los numerosos desafíos, soy feliz con los indios de la ciudad. Nos llamamos por teléfono. Trabajamos juntos. El misionero necesita penetrar en la cultura de la gente a la que sirve. En Bobigny (un suburbio de París), adopté la cultura del trabajador. En la Transamazonia, he aprendido a vivir con los “posseiros” (ocupantes). En Manaus, trato de injertar en mí la cultura indígena, tan diferente de las otras. Un día, hablando con representantes de la oficina del alcalde de Manaus, me sorprendí a mí mismo diciendo: “queremos un sitio en el que poder vender nuestros productos de artesanía”, ¡como si yo también fuera indio!

“La gloria de Dios es el hombre que vive”, dijo San Ireneo de Lyon. ¡La gloria de Dios es el indio que vive! (http://www.oblatfrance.com/)

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