La Sonrisa de la Vida

Tailandia

Publicado originalmente en OMIWORLD.ORG

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(En su blog misionero, el P. Domenico RODIGHIERO nos habla sobre el ministerio de uno de sus compañeros oblatos, el P. June Ongart KHAESER. A continuación algunos extractos. [véase www.rodighierodomenico.org]

Este misionero oblato de María Inmaculada siente predilección por los pobres y siempre se las apaña para establecer con ellos una relación de confianza y respeto. Su forma de servir a estos

Fr. June Ongart KHAESE, OMI

hermanos y hermanas no es para nada paternalista; al contrario, las personas con desventajas ven en él a un hermano, alguien de la familia que se preocupa de ellos y no encuentran extravagante la forma que tiene de servirles.“Cuando encuentro a una persona con discapacidad que sonríe, se me abre el corazón porque siento que la vida es más fuerte que el dolor, la resignación o el derrotismo.” Éstas son las palabras del Padre June Ongart en el curso de una conversación sencilla pero muy estimulante…

El campo de acción del P. June es amplio. Es párroco de una parroquia del centro de Petchabun, Nuestra Señora de Lourdes, pero este compromiso no parece ser suficiente para él. Ayuda a religiosas de un gran colegio de esa ciudad, el Colegio de San José; pero incluso este trabajo, se lo toma casi como un pasatiempo. Su interés va a los pobres, a los débiles y a las “periferias”, como dice el Papa Francisco. … “Para mí”, dice, “pobreza”, las incomodidades son una gran lección. Siempre me maravilla la forma en que una persona discapacitada, pobre, abandonada puede ser feliz; y cuando me siento a su lado, cuando la escucho, descubro su mundo, un mundo de sufrimiento, ciertamente, pero también un mundo de lucha contra la falta de esperanza y la desesperación que los hace más fuertes que el dolor que padecen; descubro que la vida tiene sentido aun cuando la evidencia parece decir lo contrario. Sus historias son para mí una gran lección porque me ayudan a hacer una experiencia de fe; veo a Dios actuando en medio de su dolor.

El Padre June trabaja todo el día. Con frecuencia llega a casa tarde, ya de noche; o sale fuera después de cenar porque recibe una llamada de alguien que le pide ayuda. Su vida no tiene reglas, sólo las reglas de los pobres y esto hace – dice él – que sea más viva y llena de sorpresas.

El Padre June es un Pakayo, una tribu del norte de Tailandia. Normalmente, él no habla mucho, pero cuando lo hace se llena de vivacidad. Puede llegar a levantar la voz y hasta parece que la gente de la que habla está ahí, enfrente de él, con todos sus problemas y sus necesidades. Y siente que debe hacer algo, y que debe hacerlo en ese mismo momento, que no puede dejar pasar más tiempo porque ya han esperado demasiado tiempo.

“Cuando encuentro a los pobres, discapacitados, tal vez niños seropositivos, me digo a mí mismo que no es justo, que no es su culpa. Me digo que no han hecho nada malo para merecer el no poder caminar, el tener que vivir con una enfermedad que no han querido ni buscado y siento que tengo que hacer algo. Es entonces cuando me siento más tranquilo porque veo que mi atención, mis cuidados por ellos cambia su estado. Cuando vislumbro una sonrisa en sus labios, cuando percibo una nueva esperanza que nace en sus vidas, cuando me doy cuenta de que ellos mismo empiezan a ayudar a los que están como ellos, entonces me doy cuenta de que el amor realmente hace milagros y soy yo quien aprende que, básicamente, no sólo ellos, sino que cada uno de nosotros necesita amor, atención, reconocimiento. He recibido este amor, y por esto mismo, siento que mi vida tiene sentido. Lo que quiero hacer es dar amor para que incluso las vidas de aquellos que están desesperados puedan recobrar dignidad y sentido.”

Ya no hace falta hacer más preguntas. El P. June comparte con nosotros sus experiencias con entusiasmo y convicción. Son precisamente estos pequeños acontecimientos los que dan consistencia a algo que está firmemente enraizado en su corazón. “Un día había preparado el funeral de una mujer abandonada de la que había oído hablar y que había ido a visitar porque pensaba que podría morir en cualquier momento. Me dije a mí mismo que era mejor estar ya preparado. Pero entonces, viendo que alguien se ocupaba de ella, viendo que su vida no era tan insignificante o inútil, empezó a recuperarse. La depresión le abandonó y ahora tiene su propia casita y vuelve a sonreír. Esta mujer es, para mí, un vivo ejemplo de hasta qué punto, la atención a los demás obra milagros y creo que es precisamente ésta mi obligación misionera: decirle a los pobres que Dios les ama y piensa en ellos, y que no son ni insignificantes ni inútiles”.

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